sonata

Melodía de un paseante solitario

poema de Alejandro Marzioni

lunes









Me hagan bien o mal, todo me es indiferente viniendo de ellos, y hagan lo que hagan, mis contemporáneos nunca serán nada para mí.

Jean-Jacques Rousseau,
Ensoñaciones de un paseante solitario.



Descalzo con los pies sobre la arena
habito al fin mi isla y abandono
los ruidos y la pena,
converso con mi sombra en bajo tono.
Estoy lejos del mundo y nunca he sido
dichoso como ahora
cuando más nada espero;
los rayos del sol brillan y enamora
el vivo colorido
del monte, las cascadas y un sendero.
Aquí, en esta isla amena,
por los viajeros poco conocida
y para el mundo ajena
quiero pasar mi vida
a salvo de los pueblos y ciudades;
entre los bosques, huertos, labrantíos,
son mis amantes estas soledades
y el árbol y los ríos.
Rodeada de la isla
hay una sola casa
y con vivir en ella yo me pago;
el tiempo me parece que no pasa,
feraces pastizales
de la floresta umbría,
peñascos, pedregales,
y cerca de la casa tengo un lago.
Quisiera que los hombres, engañados,
creyendo hacerme un mal
decidan confinarme en estos prados
y no salir jamás;
juzgándome apenado por su ausencia
que me supongan triste en esta paz;
prohíban mi presencia,
cometan el error:
creyendo que perderlos
me causa a mí más daño que no verlos
me harían un favor;
que de mí no se enteren,
no importa ya lo que hagan o deshagan,
que olviden mi existencia y yo la suya,
que crean que me hieren
cuando en verdad me halagan,
supongan expulsado al que les huya.
Prefiero vivir solo,
de los amos y esclavos
no quiero que me aturdan sus panfletos,
cumpliendo el protocolo
que sumen sus lingotes o centavos,
yo contaré las aves
y escucharé del lago sus secretos.
A veces me parece que este estado
en el que al fin me hallo
es como dar un salto
de lo que era vigilia a lo que es sueño,
a veces he pensado
que vivo en ese instante cuando el rayo
consigue iluminarme
y estoy por despertarme
de nuevo entre los hombres
sin ser mi propio esclavo ni mi dueño.
Pero heme aquí de nuevo,
despierto sin más patria que un lozano
gobierno de anarquismo,
no tengo ya más prójimo ni hermano
que el más dulce placebo
de estar conmigo mismo.
La sociedad por fin la siento ajena,
he roto ya los lazos
que ataban mi amistad a tiranías,
aquí, en esta isla amena,
sin triunfos ni fracasos,
terminaré mis días.
Mi corazón juzgaron por los suyos
y ahora soy un monstruo para todos,
un pozo de carroña;
luché contra sus ciencias, sus orgullos,
contra los tantos modos
con los que ejercen toda su ponzoña.
Ahora ya no lucho,
tan sólo me resigno
a no vivir con ellos;
si sus ecos maldicen ya no escucho,
aislado soy más digno
y veo hasta en sus reyes a plebeyos.
Por no dejarme nada
también quedaron lejos ellos mismos,
me hicieron el favor;
hoy veo en sus riquezas espejismos,
en toda su grandeza fantochada
y juzgo como abyecto hasta al mejor.
¿Qué más puedo temerles
si ya no pueden verme,
si ya me han atacado
de abajo o desde arriba
como un monstruoso anfibio?
¿Qué más pueden hacerme
si ya me han apartado
y el mismo apartamiento es un alivio?
Estoy solo en la tierra
como si fuera en un planeta extraño
al que llegué de pronto de otro lado,
a lo que le hace daño
mi alma no se aferra
aunque el resto del mundo esté aferrado.
Si la gente quisiera
volver a estar conmigo
sabría al ver mis ojos que ya es tarde,
con su rostro de fiera
logró la sociedad ser un castigo,
no hay mal ni bien en ella que me aguarde.
Resulta indiferente lo que piensen,
también me da lo mismo lo que hagan,
ni asusto ni les temo,
me tienen sin cuidado
y heme aquí tranquilo y con mi voz;
con ellos no me enfrío ni me quemo,
no soy más que un mortal desamparado
pero estoy impasible como un Dios.
¿Qué importan los detalles de mi vida?
Me basta la certeza
que tuve desde el día en que nací:
mi alma, entristecida,
jamás pudo adaptarse a la vileza
de lo que la rodeaba
y todo le estorbaba
por no poder vivir con gusto allí.
Ahora que estoy solo no me quejo
y sé que si es posible
vivir pleno y dichoso
la fuente no está en otros, está en uno.
Aunque ya sea viejo
comprendo que de mí depende el gozo,
los otros nada pueden
contra el que sabe estarse sin ninguno.
¿Dirán que soy misántropo?
¿Dirán que hay paradojas en mi verso?
¿Acaso vanidad?
No importa lo que digan,
pero si quieren ver misantropía
del modo más perverso,
la pura hipocresía,
que observen su penosa sociedad.
Yo sé cómo es la gente,
lo digno y verdadero
es un crimen severo:
a aquél que nunca miente
lo crucifican siempre en un madero.
El más bajo y feroz de los delitos
que a ellos entretiene
colgándonos a otros de los cuellos
lo hace el que se abstiene
de ser bajo y feroz como son ellos.
Ningún mal, sin embargo, les deseo,
me son indiferentes
y es ese, como mucho, mi pecado,
pero cuando los veo
parecen un montón de delincuentes
que para colmo fundan un juzgado.
Idiotas y orgullosos
la libertad detestan para otros
porque no la merecen para ellos;
para atacar al prójimo
se juntan en el puño de un nosotros,
mezquinos, ambiciosos,
y con gran gusto hieren
justificando infamias y atropellos.
A lo que más conviene a su perfidia
le llaman, sin juzgarlo, lo normal,
y luego juzgan todo lo distinto,
y luego juzgan todo lo elevado,
si fuera por su insidia
acabaría extinto
cualquier virtud que no les cause agrado
y el que no está de acuerdo es criminal.
Se toman la molestia
de hacer lo que no quieren
para imponer sus brutas voluntades
y a mí me llaman bestia
por sacudirme leyes que me hieren
y el polvo de sus tantas vanidades.
No esquivan el dolor de ser plebeyos
si saben que después serán tiranos,
se estafan entre hermanos,
se arrancan la salud y los cabellos
jactándose después de ser humanos.
Yo siempre seré oscuro,
jamás pudieron verme,
tan sólo ven la imagen que han compuesto,
ahora estoy seguro
de que la soledad es preferible
al cruel y al insensible
contrato que los hombres se han impuesto.
No sufro mal ni angustia
al verme, sin remedio, solitario,
sin más que con mi sombra de testigo
y ya no sueño nunca con el rostro
de un pérfido enemigo
que adiestra a un perro para que me ladre;
como el lobo estepario
que en la naturaleza halla cobijos
un buen ejemplo sigo:
me olvido de los hijos
para volver al seno de la madre.
Me quedo con los árboles,
los silenciosos reyes
de la ancestral y amable gentileza,
sencilla majestad,
me quedo con las leyes
de la naturaleza
que nunca castigaron la verdad.
Logré nacer de nuevo
y aquí estoy de regreso,
con la salud del sano desapego;
estoy lejos de todos,
de nuevo soy sincero,
retorno a mi morada natural.
El agua en la garganta,
prender con leña un fuego,
no sé ya lo que es eso
si pienso en el dinero
pero recuerdo que hace inmenso mal.
Si tengo sed la calmo en un arroyo,
me voy bajo la sombra de una encina
y quedo satisfecho;
un leve pensamiento me lastima
pero después me apoyo
sobre el verde respaldo del helecho.
Me curo de los hombres
andando entre las plantas y las flores,
empiezo a convertirme en alguien sano;
aromas y colores
me enseñan que lo bueno
sin tantos bastidores
sabe lucirse pleno
y siempre está al alcance de la mano.
Me olvido de la envidia,
de las persecuciones,
me limpia la codicia una llovizna,
no hay más filosofía
que las cuatro estaciones
y la que está en los libros me fastidia.
Escalo las montañas,
me trepo hasta un peñasco,
disfruto de los bosques al perderme
y me darían asco
las cosas tan extrañas
que alguna sociedad quiera venderme.
A veces me parece
que al fin para la gente ya no existo,
nadie vendrá a dañarme
con su semblante aciago:
veo caer la tarde,
sonrío, me desvisto
y voy feliz en dirección al lago.
Cuando el agua está quieta
me guardo en una barca
y hasta lo más profundo en ella voy;
me dejo estar sin meta,
los ojos se me pierden en el cielo,
mi cuerpo tiendo largo como soy.
Sin ancla y sin anzuelo
derivo a la merced que al agua gusta,
sumido en un ensueño
confuso y delicioso
parece muy pequeño
cualquier placer que no sea el que gozo
y nada ya me turba ni me asusta.
Ya cesa este crepúsculo,
la débil luz del día
antes de que se muera
claudica como yo ante la corriente;
ignoro si está lejos la ribera
y la inmensa montaña se ve umbría
con un color silente.
Con dulce voz que canta o rumorea
a veces me marea
el flujo y el reflujo de la espuma
y entonces yo me siento
volando lentamente con el viento
lo mismo que una pluma.
Ahora simplemente soy y vivo,
de a poco no hace falta ni pensar,
un goce que proviene
del manantial interno,
partir así es lo mismo que soñar.
Levito en un placer de la existencia
que logra despojarme de las cosas
sin el sufrir mundano del deseo,
como si ya no fuera más que esencia
navego bajo voces
de estrellas silenciosas
tendido sobre todo lo que veo.
Como esta noche hermosa no hay ninguna,
ya todo me despide y me despido,
se me va todo y de todo me fui;
soñando, de este modo,
me elevo al blanco imperio de la luna
a la que abrazo y pido
poder con paz y alivio olvidar todo
para que todo al fin me olvide a mí.






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